Al filo de la muerte

septiembre 3, 2007

Sólo al filo de la muerte, en otro carnaval, el hombre había de develar el enigma propuesto por el viejo titiritero aquella noche de copas y confidencias en la única taberna del lugar. Esto último no debe malentenderse: “la única taberna” era el nombre de uno de los cientos de bares que se habían establecido en el lugar. Ni más chico ni más grande; ni más característico ni menos pintoresco. Muy por el contrario, era un bar más. De hecho, el último censo, efectuado hacía no más de un año, informaba que “el lugar” constaba con 365 bares, similares entre sí, casi idénticos se diría, de no tener en cuenta las coordenadas cartesianas de cada uno. “Uno por cada día del año” publicitaba con orgullo el municipio a los presuntos turistas que muy de vez en cuando se acercaban. Cosa que sucedía, por lo general, para carnaval. Miles de enmascarados recorrían las calles del pequeño –pero muy afamado– lugar, mojándose, riéndose, asustándose y persiguiéndose en una locura musical de bombitas amarillas<ver texto completo>